RAIMUNDO AMADOR
RAIMUNDO AMADOR – Isla Menor
(Yo soy brasa, y no ceniza, tengo mucho por arder)
“¡Ay, Raimundo!, deberíamos meter a tu gallo en los créditos del disco”. Y él, Raimundo, se ríe, con esa mezcla de picardía e ingenuidad de la que ha hecho, sin querer, uno de los rasgos más característicos de su personalidad.
Raimundo Amador es la fusión en persona. Un personaje tímido, pero dicharachero, si se pone. Audaz y atrevido con su guitarra, y respetuoso con ciertas normas. Un hombre de la calle, del barrio. Esencia pura de lo popular, entendido esto como la cultura espontánea que sale del pueblo. Y como se dedica a la música, en su más amplio sentido es un músico popular.
En él no hay artificios, ni academicismos. Toca la guitarra como si ésta fuera una prolongación de su cuerpo y de su alma. Es decir, el instrumento de las seis cuerdas es un órgano más de su menuda anatomía. No ha inventado nada, simplemente su arte le sale así. O sea, Raimundo es tal cual.
Y si sorprendió desde que empezó es por esa naturalidad ajena a imposturas. Y ajena a géneros, aunque se diga eso de que es uno de los revolucionarios del flamenco, o de los primeros que se atrevió a juntar el arte milenario y gitano con el blues o el rock. Él es la mismísima calle por la que andaba. El asfalto y descampados que le vieron crecer y que han sido como la Universidad de su aprendizaje.
Fue con Veneno y Pata Negra donde se empezó a reparar en lo profundo de su arte. De sus maneras y duende. Y ha cristalizado en su trabajo en solitario, cuando se decidió a ser más él mismo y que ha plasmado en cuatro discos que concluyen, de momento, en su quinta entrega llamada Isla Menor, en nombre de la barriada sevillana que le acogió hace diez años cuando dejó de vivir en El Polígono, el popular barrio hispalense de la Tres Mil Viviendas de su niñez.
Así que Raimundo se ríe cuando le dicen eso de que su gallo ha de constar entre los que han intervenido en su nuevo disco. Y lo cierto es que el animal ha puesto su quiquiriquí abriendo esa bulería que Raimundo dedica a Manuel Molina (Bulería para Manuel). La historia es más profunda. Cuando Raimundo era apenas un chiquillo venía a Madrid porque Lole y Manuel le invitaban. A veces dormía con ellos en la misma habitación de hotel. La pareja andaba entonces grabando Nuevo día, un disco que cambió muchas mentalidades allá por los primeros años setenta. Era antes de Veneno y Pata Negra, cuando Raimundo, con sus hermanos Diego y Rafael, formaba parte de Sargento Platillo, un proyecto muy underground surgido en Sevilla después de los años que la familia pasó en la base de Rota (Cádiz) donde el padre de los tres tocaba la guitarra. Allí Raimundo se acostumbró a escuchar blues, jazz y rock and roll con la misma intensidad que el flamenco de casta. Es en esta bulería donde Raimundo pone algún verso, algo poco usual, pues él no se considera un poeta y deja que las letras de sus canciones se las escriban otros.
Como siempre, en su nuevo disco a Raimundo sus amigos le regalan textos, que él luego transforma a su arte y los hace suyos. En Isla Menor, Antonio Rodríguez, el artista antes conocido como Pulgar, le echa una mano en los de Malaje, Fúmala, Frito, Voy por pilas y Bulería para Manuel; Santiago Auserón en Marina, Pablo Carbonell en Jefe Navajo, o el grupo gaditano Los Delinqüentes en El diablo sin cuernos.
Su inspiración la deja para sus guitarras y esa voz que cada vez entona mejor, se hace más madura y saca con tino la magia de su personalidad y su arte. Y no solo sus amigos le hacen letras, sino que también se han acercado al estudio para añadir su pizquita de talento y agrandar más la sabiduría de Raimundo. El rockero carabanchelero Rosendo pone guitarra eléctrica y desgarro de garganta en Voy por pilas, Antonio Carmona voz en Marinal, Guadiana canta con él en Los tangos de los gitanos, Horacio Icasto acaricia el piano en