ALBERT PLÁ
Albert Pla i Alvarez nace en Sabadell a finales de verano sin que ninguno de sus conciudadanos vea en él ninguna esperanza de futuro. Tras pasar totalmente desapercibido por la escuela de educación primaria y por un grupo de boyscouts del que actualmente reniega, sus padres deciden apuntarle a un cursillo de natación. Allí consigue aprender a nadar e incluso gana, inesperadamente, una medalla en los campeonatos alevines, modalidad cien metros mariposa. Todo marcha viento en popa hasta que un día, sin saber exactamente cómo, se ah oga en un vaso de agua. Siente la necesidad de retirarse del mundanal ruido y se encierra en su habitación a meditar. Al salir, nace un hombre nuevo, esta vez a principios de primavera. Un hombre que abandona la natación, repudia de sus estudios, se proclama autodidacta, se hecha novia, se va vacaciones, conoce gente, degusta el alcohol, se aficiona por los quesos manchegos y se libra del servicio militar a base de insistir sobre su alto nivel de colesterol. Se convence de que su futuro está en la letra impresa hasta que una vieja guitarra cae en sus manos. Con lo poco que sabe rascarla, le salen un par de canciones preciosas. La tercera ya es una maravilla. Se pasa dos o tres años mirando la televisión en un piso de las afueras de la ciudad, donde acude toda la intelectualidad maldita del momento, al tiempo que, en sus ratos libres, trabaja en el ramo de la confección